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jueves, 23 de diciembre de 2010

LOS CHORROS DE LOS ANGELES...

Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama

El corregimiento de Los Ángeles, en el distrito de Gualaca, es muy poco conocido. El agricultor orgánico Alexi Candanedo nos comentó de la existencia de varias caídas de agua en ese territorio, él las conoce por poseer en esa región la Finca  No me olvides.

No podíamos creer que en esas tierras dedicadas de manera extensiva a la ganadería, una actividad habitualmente cercenadora de los bosques, pudieran encontrarse estos llamativos elementos naturales tan dependientes de la abundante vegetación.

Aceptamos la invitación y el sábado 12 de julio de 2008 nos dispusimos explorar algunos de ellos. Como siempre, este tipo de jornada requiere comenzarse a tempranas horas para culminarlas antes que se desparramen las tormentas, propias de la temporada lluviosa -sobre todo en esa región intermontana. Llegamos al caserí­o de Veladero de Chiriquí a eso de las siete de la mañana y tomamos un camino de piedra que se encuentra a la derecha, donde está la escuela: la ruta hacia Los Ángeles de Gualaca.

Primero se atraviesan unas extensas plantaciones de piña para la exportación e, inmediatamente, al este, se divisa la Gran Galera de Chorcha, con sus 490 metros de altitud y su tupido bosque. Por la vertiente occidental de esta mole ígnea cae una cascada formada por la Quebrada del Chorro la cual, según nos cuentan, es preferible visitar en un viaje a caballo porque se debe atravesar el río Chorcha. Nos detuvimos a tomar varias fotografí­as de la Meseta que, según nuestra opinión, es una de las unidades geomorfológicas más atractivas de Chiriquí y, quizás, del país.
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En el camino encontramos el caserío de Mata Rica y luego el de Los Higos (a 400 metros de altitud). Aquí­ abandonamos el vehí­culo que nos trasportaba y caminamos unos 3 kilómetros en dirección noroeste, hacia el valle de la Quebrada Los Guabos, entre cuya espesa vegetación se esconde el primero de los saltos a explorar.
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Descender hasta la Quebrada es el tramo más pesado. Nos deslizamos por una pendiente de 45 grados, luego penetramos en un bosque de galería y, finalmente, en el cauce de una corriente con bloques rocosos voluminosos, de éstos hay que sujetarse para avanzar más cerca de la cascada que fluye desde unos 25 metros.

La caí­da de agua, conocida popularmente como El brinco del conejo, se fracciona en cuatro, dándole un singular aspecto. Mientras tomábamos las fotografías, salpicados por la fina lluvia provocada por el lí­quido en descenso, Inocencio, el guí­a lugareño de diecinueve años, se paseaba por las enormes piedras como si estuviera en un jardí­n, veía a unas ranitas bicolores (negras con celeste) que se apareaban sobre unas piedras y observaba a un gavilán colorado posado sobre un inmenso árbol de espavé.

Pudimos apreciar que algunos agricultores cuyas propiedades colindan con esta Quebrada, empiezan a devastar el bosque de galería para establecer plantaciones de maíz. Esta práctica, a la postre, mermará la generación de humedad sustentadora de estos cauces.
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Calculamos que dos horas y media invierte un caminador normal para deleitarse con El brinco del conejo y, cuarenta y cinco minutos más, para recorrer las inmediaciones y apreciar otras pequeñas cascadas, llamadas Las Mellas, en la Quebrada El Chilleco.

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En estos parajes por los cuales circulan caprichosamente estas fuentes de agua, las formaciones pétreas resultan impresionantes.

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