Hace unos años me solicitaron elaborar la biografía del caficultor boqueteño Plinio Ruiz González (1922). En una de las tantas conversaciones que sostuvimos para extraer esos tesoros del pasado que conserva nítidamente en su memoria, don Plinio me refirió un episodio de su infancia con estas palabras: “La gallada de amigos iba al río Caldera, que tenía en ese entonces más caudal que ahora. Nos reuníamos para ´bajar machos´ así le decíamos a las ondas formadas por el agua que bajaban a gran velocidad y en gran volumen. Todo comenzaba cuando se arrojaba quien se decía el más valiente y de allí en orden de coraje le seguíamos. Nunca supe a qué velocidad corría el agua, pero era tan rápida entre onda y onda que a veces no podíamos respirar, nunca tuvimos que lamentar ningún caso aunque pudo fácilmente costarnos la vida".
Desde aquel emocionante relato narrado por el fundador de Café Ruiz, se quedó en mi mente esa frase: "bajar machos" cuan lejos estaba de imaginarme que algún día tendría la oportunidad de experimentar esa misma emoción que sintiera el veterano caficultor, no en las gélidas aguas del Caldera sino en las cálidas del oriental río Fonseca.
El Fonseca es un potente y caudaloso río que nace a 1,172 metros sobre el nivel del mar, en las tierras septentrionales de la Comarca Ngäbe-Buglé, prácticamente en la Divisoria Continental. Recorre casi 80 kilómetros, de norte a sur, y en su largo camino para encontrarse con el Pacífico atraviesa numerosas comunidades, cuyas tierras nutre con la savia de sus aguas.
El domingo 20 de diciembre nos dispusimos “bajar machos" en esa impetuosa corriente, a la altura de un zarzo que une los caseríos de Sábalo con Balita. La proximidad de la estación seca era lo ideal para emprender la aventura, pues el Fonseca es caudaloso y crece con frecuencia desbordando las inmediaciones. Estábamos preparados con un tubo extraído de la llanta de un camión y confiados en la experiencia de nuestro instructor, Emmanuel Guerra, en esta especie de “rafting artesanal”.
Atravesamos el cauce por uno de los remansos hasta alcanzar una franja de pequeños rápidos por donde nos deslizaríamos ayudados por los flotadores. Algunas de las ondas que se forman por el roce del líquido contra las rocas alcanzaban casi medio metro. Estas “aguas blancas" (denominadas así en la lexicología del rafting por la espuma que se forma) contrastaban con el color turquesa del resto de la corriente.
Las ondas eran vertiginosas y el primer descenso tan apresurado que apenas nos dio tiempo para lanzar algunos gritos de emoción ¿o más bien de temor? Se nos fueron tres horas entre "saltar machos" y pasear en el flotador por las refrescantes aguas del Fonseca. En las orillas nos resguardaban enormes árboles de cedro espino, guabo de monte, rasca, jobo de puerco, guásimos, higuerón y guabinos, muchos de ellos con impresionantes formaciones enraizadas. Una garza morena se posó en uno de los troncos atrapados por la corriente.
Todavía quedan muchas ecoaventuras que emprender por las tierras orientales de Chiriquí. La próxima vez voy a atrapar “machas”, unos camaroncitos de tres pulgadas que todavía pueden capturarse en las cristalinas aguas del Fonseca… eso si los millonarios proyectos hidroeléctricos que usufructuarán pronto esta corriente nos permiten continuar disfrutando de estos espacios naturales en todo esplendor.
Dos últimas fotos: Zarzo sobre el río Fonseca a la altura de San Lorenzo y puente en construcción sobre el mismo río que comunicará Soloy con Cerro Banco (diciembre, 2009)
Fotos: Milagros Sánchez Pinzón
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