Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama
Auyantepui es la meseta desde la cual se desborda el Salto Ángel, la caída de agua más alta del mundo (979 metros), en Venezuela. De la meseta de Chorcha, monumento basáltico compartido por los distritos de David, San Lorenzo y Gualaca, se desprende la cascada más alta de Chiriquí.
Por años habíamos pospuesto esta travesía y por fin, acompañados de los universitarios Whitney Miranda y Reydell Quintero, arribamos a los pies de esta estructura formada por la expulsión de magma desde las entrañas de la tierra, hace millones de años.
En el momento en que identificamos la ruta de entrada nos encontramos con José Pineda, un chico de 15 años a quien solicitamos nos acompañara, pues nuestro primer objetivo era alcanzar el punto donde caía el potente chorro. José buscó un machete y se puso sus botas de cuero; rápidamente nos guió hasta la Quebrada Las Vueltas, donde nos mostró unos impresionantes escalones labrados por la corriente, sin embargo, prefirió advertirnos que para llegar hasta el sitio exacto donde cae este curso de agua desde la cima de la Meseta, teníamos que avanzar corriente arriba por más de una hora y de seguro encontraríamos algunas víboras, abundantes en la zona. La seguridad de los estudiantes que nos acompañaban nos hizo desistir de alcanzar ese soñado lugar.
Pero la caminata continuó. Tomamos otra ruta: la que nos conduciría hasta la cumbre de la Gran Galera. Está en muy buenas condiciones porque la emplean vehículos de doble tracción de algunos hacendados y de las empresas telefónicas que tienen torres arriba.
Nidos de chacareros nos recibieron en el nuevo derrotero y, a los pocos metros, divisamos en árboles de corotú media docena de monos congo, el animal más característico de los bosques americanos debido a su potente aullido (se pueden escuchar hasta un kilómetro de distancia). Llegamos a contar más de veinte de estos primates, tan ágiles y acostumbrados a andar en grupos; los más pequeñines saltaban de rama en rama siguiendo a sus progenitores.
El ascenso nos costó una hora y media. Fue fatigoso. Se nos agotó el agua, pero el paisaje contemplado mientras se avanzaba resultó arrobador: los meandros del Estero Garrote, las protuberancias de cerro Gallina y cerro Mandingo; más al fondo, el singular Batipa. El celeste claro del Estero de Horconcitos se desdibujaba con los verdes de las tierras bajas de los distritos de David y San Lorenzo.
Ya en la cima, sabíamos por referencias previas que nos encontrarímos con potreros salpicados por algunas especies vegetales (bambúes, palmas de corozo, macanos, guanacastes y algunos frutales introducidos), sin embargo, queríamos encontrar el punto exacto por donde se desbocaba el gran chorro.
¡Que grata sorpresa! La quebrada Las Vueltas discurre por un lecho rocoso en forma de lajas y, poco antes de caer al precipicio, forma un escalón, una especie de jacuzzi natural al cual ninguno de los exploradores pudo resistirse; nos metimos al agua, ayudándonos unos a otros, pues estábamos a casi un metro del abismo, en el comienzo mismo del Salto Ángel Chiricano.
Desde ahí, a más de 400 metros sobre el nivel del mar, tomamos nuestro tiempo para contemplar, en toda su extensión, el lugar donde se besan la tierra y el mar en la línea costera del Pacífico.
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