Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama.
Penetrar en las faldas occidentales de la Gran Emplanada de Chorcha es como introducirse en el mundo perdido creado por la pluma del británico Arthur Conan Doyle. Árboles inmensos, rocas imponentes y peligrosas serpientes. Debíamos estar preparados. Todos los interrogados sobre cómo llegar hasta el majestuoso chorro que se observa en la ruta Veladero-Los Angeles, distrito de Gualaca, nos advertían: hay muchas víboras.
Erróneamente creíamos que durante la estación seca era menos probable tener un “encuentro cercano del tercer tipo" con estos ofidios, pero resultó todo lo contrario; en esta época se acercan a las fuentes de agua y es normal hallarlos en el camino hacia éste, uno de los cuatro chorros que se desploman de la cúspide de la Meseta de Chorcha (formación volcánica de 492 metros de altitud compartida por los distritos de Gualaca, David y San Lorenzo). Ese es su hábitat, nosotros seríamos los intrusos.
Jonathan Asprilla, bachiller en electrónica de diecienueve años que cada mañana ordeña las vacas con la soberbia altiplanicie basáltica a sus espaldas, nos dirigía a cuatro exploradores, el 7 de enero de 2010.
Partimos a las 8:30 de su residencia -que también es un pequeño abarrote- muy cerca de la entrada de Redondito, caserío del corregimiento de Rincón de Gualaca. A paso rápido, tratando de seguir al guía atravesamos una serie de potreros, propiedad de los Asprilla, hasta alcanzar el río Chorcha donde unas niñas ngabes lavaban ropa y otros pequeños jugaban en la corriente.
El zarzo que nos permitiría alcanzar la otra margen se encontraba en pésimas condiciones, solo un tercio del mismo tenía hojas de aluminio como base y el resto exigía remontarlo por el tendido de alambres que lo conformaban. Tres decidimos arriesgarnos por esta endeble estructura y dos optaron por cruzar el río aguas más abajo.
Comenzamos a escuchar el estrépito de los monos congos (Alouatta palliata) al aproximarnos a la Gran Meseta. El aullido es tan profundo que parece emanar de primates enormes, pero ellos solo alcanzan de 60 a 62 cm. y un peso entre 15 a 30 libras. Cuando penetramos en la floresta, desde la copa de los árboles más altos, algunos simios bombardearon con sus residuos orgánicos a varios de los compañeros. Estábamos invadiendo su territorio.
Toparse con la Quebrada El Chorro, que da vida al salto buscado, resultó impresionante por las dimensiones de los cuerpos rocosos depositados en el cauce; evidencia de la fuerza hidrodinámica que alcanza esta masa de agua en otras temporadas. Arboles erguidos con decenas de metros escoltaban sus orillas.
Mientras nos dedicábamos a contemplar el regio paisaje y tomar fotografías, uno de los compañeros descubrió entre las rocas una culebra terciopelo (Bothrops asper). Estuvimos a pocos centímetros de pisarla, estaba muy camuflada. Este encuentro nos mantuvo el resto de la jornada (que duró cuatro horas) con los sentidos más azuzados, especialmente porque este ejemplar pertenece a la familia Viperidae o de las tobobas venenosas. Jonathan nos aseguró que durante sus periplos por las estribaciones de Chorcha es usual encontrar tres o cuatro de estos temibles reptiles, aunque también se pueden ver especies más inofensivas como pavas, venados y perdices.
Poco después del susto con la terciopelo llegamos a uno de los escalones por donde se desplaza la Quebrada El Chorro desde la cima de la Meseta. Se trata de una inmensa pared de basalto que aflora por casi 50 metros de ancho y unos 200 metros de alto, aunque es probable sea mucho más. Es sumamente difícil calcular la altura de estos saltos, pero lo cierto es que es un sitio espectacular.
Solamente el guía y yo tratamos de escalar esa mole ígnea con casi 45 grados de inclinación, pero desistimos a mitad del ascenso por lo resbaladizo del material y por no llevar las cuerdas apropiadas para la exigente empresa. Nos conformamos con vislumbrar -desde ese estratégico espacio- el bosque enmarañado circundante y al resto de los compañeros que se veían tan diminutos allá abajo. Añoramos entonces una próxima travesía en la época de lluvias para apreciar la cascada en todo su esplendor, cuando se desparrama por ese afloramiento volcánico tan descomunal que incluso se aprecia a varios kilómetros de distancia.
Nuevamente nos sentimos satisfechos, habíamos logrado “conquistar" otra de las cascadas de Chiriquí, esas que por su relativa lejanía de la “civilización" atesora algo de la naturaleza salvaje, con todos sus secretos y misterios.
***Primera foto de Cascada a la distancia: Olmedo Miró Rodríguez (17 de agosto 2009)
***Fotos restantes: Milagros Sánchez Pinzón (7 de enero 2010)
***Exploradores: Osman Esquivel (Estudiante de Periodismo UNACHI), Cristian Ibarra y Reydell Quintero (Estudiantes de Geografía e Historia UNACHI).
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