Fundado el 21 de agosto de 1988 en David, Chiriquí. República de Panamá

lunes, 26 de marzo de 2012

MARIANELA....

El lunes 2 de abril, a las siete de la noche, el semanario educativo Culturama estará proyectando la película española Marianela (1972), cuya duración es de 105 minutos.
Marianela es una película dirigida por Angelino Fons y basada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós (1843-1920), rodada con el  protagonismo de la cantante Rocío Dúrcal, aunque en ella no interpreta ninguna canción.

Se trata del drama de una pobre huérfana, deforme y enamorada del joven burgués ciego conocido como Pablo al que sirve de lazarillo y al que la ciencia le hace recobrar la vista, en el ambiente de un pueblo minero de España.

No se pierda esta producción literaria llevada a la pantalla grande, el lunes 2 de abril en Culturama.  Donación B/.1.50

miércoles, 21 de marzo de 2012

SCENERY, EL MONTE QUE BESA LAS NUBES...

Por: Milagros Sánchez Pinzón. mspinzo@gmail.com


Mi fascinación por las montañas permanece, aun cuando he logrado en los últimos meses un contacto más estrecho con el mar.  Por eso, Saba Island me atrapó con sus paisajes escarpados desde el primer momento que la ví.


Sus caprichosas formaciones volcánicas resultan impresionantes y las autoridades, conociendo este potencial ecoturístico,  han demarcado perfectamente una decena de senderos para recorrer esos parajes por todos los puntos cardinales de la Isla.



Mi objetivo, en el segundo de los tres días que permanecí en las costas de Saba,  era alcanzar el punto más alto de la isla: el Monte Scenaery, de 877 metros de altitud.  

Encontrar en  Fort Bay un transporte para llegar hasta Windwarside, caserío donde está la entrada del sendero,  no resultó fácil, pero  la colombiana Célide Rodríguez, quien mantiene con su esposo Alfonso un restaurante a orillas de ese muelle,  se ofreció gentilmente a llevarme. Eran unos 15 minutos nada más, pero la  carretera es tan sinuosa y  bordea tantos precipicios que resulta peligrosa.



Ya en Windwarside recordé que el mapa adquirido en las oficinas del Parque Marino se había quedado en el velero, mas este pequeño problema se solucionó a los pocos minutos: Glenn Holm, de la Oficina de Turismo de la Isla a quien conocí el día anterior, estaba en el Club de Leones en una fiesta que ofrecían a las personas de la tercera edad y al verle y comentarle mi carencia del mapa, abrió la oficina –en sábado, un día libre- para regalarme la necesaria herramienta cartográfica.  Igual que nuestros funcionarios públicos, pensé.


Confiada en lo que me decían sobre la seguridad de la isla inicié a las once de la mañana, completamente sola, mi recorrido por los senderos de Saba.  A los pocos minutos estaba en el Markehorn (de 540 metros).   Y una hora después en la cima del monte que besa las nubes.

En los senderos, estratégicamente empedrados, encontré varias cabras monteses (dicen que los dueños las reconocen por los colores) y gallinas casi silvestres.  Los filodendros, las heliconias, las bromelicacesas,  los cecropias o guarumos, las palmeras, los mangos y las guayabas dominaban la biogeografía.
Desde la cúspide del Monte Scenery logré capturar el Diamond Rock,  que se yergue sobre el mar hasta los 25 metros, y otras embarcaciones que, como el Cataya, estaban refugiadas en  ese lado suroccidental de la isla.
 
Tres horas dediqué al disfrute de la naturaleza por los bosques y las montañas de Saba, tres horas en las cuales, como siempre, medité en que nuestra tierra istmeña contiene bellezas similares pero que, ante nuestra inmovilidad creativa no logramos encauzarlas por  los mismos caminos que los sabeños y otras gentes…


Diamond Rock, masa rocosa blanquecina se yergue sobre el mar.




SABA ISLAND, EL SHANGRI-LA DEL CARIBE...


Por: Milagros Sánchez Pinzón. mspinzon@gmail.com

Es tan pequeña la isla, de solo 13 kilómetros cuadrados, que quizás por eso pocas personas han escuchado de ella.  


Cuando me informaron que nuestro viaje por el Caribe partiría de la isla de Saint Martin y me documentara sobre cuáles islas cercanas  podríamos visitar, con la fabulosa herramienta Google Earth, descubrí a Saba Island, cuya accidentada superficie volcánica capturó inmediatamente mi interés.


Partimos de Simpson Bay a las diez horas del jueves 15 de marzo de 2012, y luego de cuatro difíciles horas para mi organismo -porque no logra adaptarse a la danza permanente del Cataya con el mar-  nos enfrentamos ante el impactante relieve montañoso de Saba island.


 
Los libros de navegación y turismo señalan que no es fácil encontrar en esas costas un lugar adecuado para echar el ancla y así fue. Los vientos alisios soplan tan poderosos en ese punto del Caribe que la isla tiene dos vertientes muy marcadas.  La zona norte, de verdes contrastantes por su exuberante vegetación y la lluvias permanentes que la bañan y el sur, casi árido, pero donde es más cómodo atracar por la protección que ofrecen los riscos a las fuerzas del dios Eolo.
  
Bajo estas condiciones, un poco adversas,  el Cataya debió quedar a dos kilómetros de Fort Bay, el rudimentario muelle donde atracaríamos en el dingui.   


La primera impresión que uno recibe al enfrentarse al paisaje sabeño es que se trata de un territorio todavía en proceso de dominación por el hombre, aunque está habitado desde hace centurias por ingleses, escoceses, holandeses y los descendientes de los esclavos africanos traídos durante la Colonia.  Todos estos grupos humanos  parecen haberse adaptado y compenetrado efectivamente, pues el estilo y calidad de vida que reflejan son muy similares.

Casi no hay ninguna porción de tierra en Saba Island con poca elevación. Han dinamitado las inmensas moles rocosas para construir el muelle y el aeropuerto y, ni siquiera los ingenieros europeos se atrevieron a construir las carreteras; fue la creatividad de un sabeño quien, apoyado por los lugareños, a lo largo de 20 años, abrieron mano a mano  las vías de comunicación en este quebradizo territorio que gozó de la energía eléctrica apenas en 1970.   


En Saba todos se conocen. Tanto así que el gobernador se casará en julio y todos los habitantes de la isla están invitados. Se calcula que son 2000 personas,  concentrados en The Bottom, la capital, Windwarside, Quarter English  y St. John.  


Wayne Peterson, el taxista que nos hizo el “tour” por los sitios más interesantes saludaba a todo mundo; nos mostró su hermosa casa y por eso creo que para él  conducir un microbus es solo un pasatiempo.  


Franklin Wilson,  fiscal de la isla desde hace veintitrés años, se enteró de nuestra presencia y quiso conocernos para obsequiarnos un libro de cuentos de su autoría. Su español era muy bueno.  El nos confirmó lo que muchos otros nos decían: en Saba son escasos los delitos, quizás esto, más que la belleza salvaje de sus geografía,   las pintorescas residencias de colores vivos con techos rojos y la cordialidad de su gente, la convierten en un verdadero Shangri-La en el Caribe. 



 

 “El mundo es un libro y las personas que no viajan solo leen una página” San Agustín.
 


viernes, 9 de marzo de 2012

PHILLISBURGH, EL CORAZON DE SINT MAARTEN..


Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama. mspinzon@gmail.com

En un microbús que costó un dólar con cincuenta centavos,  viajamos de la Bahía de Simpson a Phillisburgh, la capital de Sint Maarten,  zona sur de una isla caribeña que hasta el 10 de octubre de 2010 era parte de las Antillas Holandesas y actualmente goza del estatus de país  autónomo dentro del Reino de los Países Bajos.
En esos quince minutos de recorrido pudimos contemplar desde una montaña de 300 metros sobre el nivel del mar la celestes aguas que bordean este territorio insular y los miles de navíos emplazados en Simpson Bay Lagoon, uno de ellos es el velero en el que navegamos,  el Cataya.



El colectivo nos dejó en el centro de la ciudad, cerca de la  Casa de Gobierno, el Parlamento,  la Policía y el mercado de artesanías, aquí pudimos adquirir algunos sencillos souvenirs  pues, comparado con Brasil,  este lugar resulta  más barato. 

  

Caminamos  unos metros más  y nos encontramos con el peculiar edificio de la CourtHouse, que data de 1763 y, un poco más adelante, con la Gran Bahía y  su hermosa playa de arenas blancas, en cuya costa miles de personas disfrutan de restaurantes, almacenes,  bares y un sin sinnúmero de atracciones propias de estos espacios turísticos.   Un inmenso crucero estaba anclado.  Se estima que diez de ellos llegan a Sint Maarten diariamente.


Nos llamó poderosamente la atención la abundancia de tiendas dedicadas a la venta de diamantes y otras joyas finísimas. Resulta que Phillisburgh es  un duty free,  una zona libre donde la gente puede comprar de todo  sin pagar impuestos, por eso es que pululan por las calles estadounidenses y europeos cargados de mercancías, mientras que los lugareños y otros ciudadanos de islas cercanas, como Dominica, República Dominicana y  Haití, venden de manera ambulante, sombreros, gorras, bolsas, pulseras, aretes y otros productos playeros.






La visita por Phillisburgh fue rápida. El Cataya está presentando problemas con una de sus tres velas y el capitán Livingston tiene que dedicar tiempo a ascender, ayudado por Chuck, hasta el más alto de los mástiles (20 metros de alto) para revisar su mecanismo.  El navío estaba quedándose sin agua (tiene una capacidad para 900 litros) y requería también combustible, por lo que nos trasladamos hasta una estación de gasolina  dentro de la Simpson Bay Lagoon.
Mientras atrapamos todos estos movimientos con la cámara (una que si resiste el agua)  se advierte cómo las mujeres  se están  haciendo más presentes en este ambiente que pareciera dominado por los hombres.  Muchas manejan solas los motores  y atraviesan velozmente la gran Laguna. No las distraen ni los aviones que, a pocos metros, vuelan sobre nuestras cabezas tras despegar del cercano Aeropuerto Princesa Juliana.


Veremos que nos traen los vientos del Caribe en los próximos días.  Si el problema de la más  poderosa vela del Cataya no se soluciona tendremos que llegar en ferry a la paradisíaca Saba Island.  Mas no importa si seguimos identificando extrañas banderas de los navíos vecinos y disfrutando de los espectaculares atardeceres desde Simpson Bay Lagoon…


 

miércoles, 7 de marzo de 2012

DESDE SIMPSON BAY LAGOON...


Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama. mspinzon@gmail.com

Menos del  tiempo que toma viajar en automóvil de David a Santiago fue el  que necesité para trasladarme del Aeropuerto de Tocumen, en Panamá,  hasta el Aeropuerto Princesa Juliana,  en Sint Maarten, localizado en una de las islas de las Antillas Holandesas (al oriente de Puerto Rico) en el Mar Caribe.
No comprendí durante el viaje por qué los pasajeros al lado de las ventanas prefieren contemplar la televisión  de la aeronave que deleitarse desde las alturas con los colores y las formas de los paisajes naturales kilómetros abajo.  No hay nada tan arrobador como las nubes multiformes,  los cordones litorales, las montañas nevadas  (mi lente captó a lo lejos la cúspide de  la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia) y los ríos serpenteantes.
El territorio insular al que arribé el martes 6 de marzo de 2012,  ocupa menos de 100 kilómetros cuadrados y está dividido en dos administraciones diferentes:   Saint Martin (el norte francés)  y Sint Maarten (el sur holandés).  En esta zona  meridional descendió mi  vuelo 134 de Copa Air, y pude comprobar lo que circula por internet, que se trata de uno de los aeropuertos con la pista más corta del planeta y por ello se convierte en el cuarto más peligroso del mundo.  La aeronave sobrevuela a pocos  metros de la cabeza de los bañistas que se encuentran en la playa  y, en algunas ocasiones, las turbinas de los “pájaros de aluminio/fibra” ha lanzado por los aires a los transeúntes.                   (http://photography.nationalgeographic.com/photography/photo-of-the-day/maho-beach-st-maarten/)
Ahora me encuentro en Simpson Bay.   Sus verdes aguas me impresionan y, a la vez,  me enfrentan nuevamente a los malestares aquellos que experimenté hace menos de un mes, cuando partí  de la Bahía de todos los Santos, en Brasil,  hacia Barbados, en un periplo que no pude completar.  Lastimosamente, dos días antes de llegar, en este mismo sitio culminó la versión 32 de la famosísima Regata Heineken que convoca a más de 200 veleros de más de treinta países.  
Para ir en bote  de la Bahía de Simpson a tierra firme, debo cruzar el Simpson Bay Bridge, un puente que se levanta a ciertas horas y permite el acceso de las grandes embarcaciones a una inmensa laguna (Simpson Bay Lagoon) donde  existen siete marinas para atender las necesidades de catamaranes, veleros y  yates, algunos tan lujosos  que superan los 50 millones de dólares; como el velero Parsifal III, fabricado por el prestigioso astillero italiano Perini, pero de bandera inglesa.  No exagero al decir que deben estar anclados en esta laguna más de mil navíos. 
Sint Maarten está habitado por unas 40 mil personas y es una zona absolutamente turística.   En esta época del año, los fuertes vientos la azotan y las lluvias caen a tempranas horas de la mañana o de manera intermitente durante todo el día. 
 
En la primera caminata que realizo por las orillas de Simpson Bay Lagoon, casi no encuentro lugareños.    Manuel Charles, un dominicano muy cortés con  veintiséis años en la isla,  me orienta para encontrar el sitio que busco.  Cristela Delgado, una joven y sonriente argentina me sirve un jugo de naranja. Tiene cinco años trabajando aquí. Diego, un niño alemán borra el tablero con el menú del restaurante donde Chema, un español de Bilbao,  prepara una paella para las decenas de  comensales extranjeros, casi todos europeos.  Y así, voy preguntando y gente de diversas nacionalidades han llegado a Sint Maarten a trabajar.  Aquí se maneja el dólar, aunque la moneda oficial es el florín de las Antillas Holandesas y se habla, más que todo, el inglés.
Y ahora se preguntarán que hago otra vez en el mar, si hace poco expresé que le dejaba este tipo de aventuras solo a los marineros.  Pues verán,  ahora el velero Cataya  tiene proyectado un  itinerario de navegación que no superará las 100 millas diarias, y obligaré a mi organismo a resistir. Además, adquirí un inhalador aromático que contiene aceites de pepermint, jengibre y lavanda que me asegura borrará todos mis malestares.   Si esto es así, podré alcanzar las bellezas naturales de Saba, Anguila, Saint Bartholome y quizás otras paradisíacas islas del Caribe, el Mediterráneo Americano...
Fotos: Milagros Sánchez Pinzón.