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martes, 28 de diciembre de 2010

ROCIADOS POR LA BRUMA DEL QUI-QUI...

Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama.

Es probable que mis compañeros exploradores y yo sintiéramos  como Vasco Núñez de Balboa cuando avanzaba sobre las tierras darienitas en busca de las costas del Mar del Sur. No era el siglo XVI ni atravesábamos la inmensa selva poblada de animales salvajes e indígenas belicosos, sino el 3 de noviembre de 2009 e íbamos montados sobre Vencedor, Mariposa y Platero, los fieles y nobles caballos que nos permití­an ascender y descender por las faldas y las crestas de Cerro Pavón, desde cuyas cumbres se  aprecian -en lontananza- las aguas del Pacífico salpicadas por el archipiélago de Las Paridas.
Diez años atrás el polí­tico Camilo Brenes nos regaló una imagen del Chorro de Cerro Banco, según  él, el más alto del paí­s, y  en un viaje aéreo David-Panamá divisamos entre las nubes el inmenso cuerpo de agua empotrado en la Comarca Ngábe-Buglé y lo captamos en una fotografía.  Definitivamente era algo impresionante.  Algún día esa cascada debí­a sumarse a nuestra lista de saltos documentados, mas todo aquel que logró alcanzarlo nos señalaba que exigía un mínimo de ocho horas a pie (dieciséis ida y vuelta) o un prolongado viaje a caballo.
Apoyados por la familia Cerrud Guerra que nos dio alojamiento y facilitó los jamelgos, a las 6:30 de la mañana del día en que se cumplí­an los 106 años de independencia de Panamá de Colombia, emprendimos la larga marcha para encontrarnos con el Chorro de Cerro Banco.
Amado, nuestro joven guí­a, insistí­a en que desde Sábalo (corregimiento de Boca del Monte, distrito de San Lorenzo) hasta nuestro objetivo tardarí­amos unas dos horas, pero cruzar el zarzo sobre el rí­o Fonseca a la altura de Paso Ganado,  penetrar poco a poco por las tierras de Besikó hasta conquistar la cima del Pavón y luego descender hasta el humilde caserío de Cerro Banco nos consumió cuatro horas. El espectáculo en el camino era  fascinante: los valles labrados por el serpenteante río Fonseca estaban coronados por una exuberante vegetación, así como las laderas de algunas montañas (Patena, Pajoso, Gato, Bolote); también se distinguían enormes trozos del territorio devastados por la acción antropogénica. Al este y al sur, muy a lo lejos, el cerro Juan Bellaco, las llanuras de la vertiente del Pací­fico y el tenue celeste del Océano.
Las nubes, situadas mucho más abajo de los puntos por donde avanzábamos, parecí­an colchones de algodón posados sobre la masa arbórea que convive con cientos de familias indígenas sumidas en la más absoluta de las pobrezas económicas. Si bien nuestras expediciones son netamente de reconocimiento natural, no se puede dejar de palpar la triste realidad social de la gente de la Comarca.
Ya en Cerro Banco, Ramón y Florencio Marcucci  sirvieron de guías para deslizarse por la ladera desde la cual se aprecia, en todo su esplendor, el Chorro de La Maestra, como también le denominan a la soberbia cascada, pues años atrás una educadora pereció en ese abismo.
Resulta sumamente difícil calcular cuánto mide la caída del río Qui-Qui, porque asi­ se llama la corriente que da vida al salto. Versiones locales aseguran que ciertos extranjeros la estimaron en 150 metros; de ser así es una de las más altas del país, por no decir la superior. El volumen de agua es portentoso y el impacto que provoca al chocar con el lecho rocoso eleva una bruma que se observa a casi un kilómetro de distancia.

Pero lo espectacular del paisaje no queda ahí.  A pocos metros se localiza otro tesoro hí­drico: el Salto de Romelio  (un morador con ese nombre perdió la vida en ese despeñadero). Su belleza también es arrobadora, no por el caudal del agua sino por su especial bifurcación y empotramiento en una mole rocosa que aflora intermitentemente en la montaña por la cual se desborda (quizás tiene más de 200 metros de alto).

Frente al poderoso Romelio, formado por el rí­o Chochori, disfrutamos de una frugal merienda, no ingerimos mucho, pues curiosamente cuando alcanzamos escenarios paradisí­acos como estos nuestro cuerpo parece no requerir alimentos, ha quedado harto de tanta belleza natural.
A las 12:45 de la tarde principiamos el retorno a Sábalo. A los quince minutos la lluvia orográfica se desprendió con toda su fuerza.  El viento nos azotó con furor cuando cruzamos la espina dorsal del Pavón (estábamos a 525 metros sobre el nivel del mar). Al llegar hasta el Fonseca la corriente crecida manifestaba una furia incontenible, menos mal que el zarzo estaba ahí­ para permitirnos alcanzar la otra orilla.
 Bruma que se aprecia a kilómetros de distancia, formada por la caída del chorro de Cerro Banco

A las cuatro de la tarde llegamos a casa de los Cerrud Guerra. Nos esperaban un poco preocupados porque la mayoría de los exploradores se aventuran por esos parajes solo durante la estación seca, pero en este caso, como en otros,  obviamos la temporada de lluvias y sus riesgos para ir en pos de la majestuosidad del Chorro de Cerro Banco y su vecino, el Salto de Romelio.


Expedicionarios: Melva Miranda, Amado Cerrud, hijo, y Milagros Sánchez Pinzón.

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