Fundado el 21 de agosto de 1988 en David, Chiriquí. República de Panamá

martes, 23 de agosto de 2011

CONSEJO DE GUERRA...

El lunes 29 de agosto de 2011, el semanario educativo Culturama estará proyectando la película  Breaker Morant (Consejo de Guerra) cuya duración es de 107 minutos.
 
Esta producción australiana está basada en hechos reales acontecidos durante la Guerra de los Boers en la Sudáfrica de 1901, cuando tres lugartenientes  son sometidos a un consejo de guerra por asesinato. El oficial encargado del proceso lee las notas preliminares que implican a los soldados en la muerte de un misionero alemán y de varios prisioneros boers confinados en una prisión custodiada por el ejército inglés. El oficial defensor, el comandante Thomas, entiende que el proceso presenta ciertas irregularidades.

Breaker Morant es considerada una de las mejores producciones en dramas bélicos y fue premiada en el Festival de Cine de  Cannes.  Usted tendrá la oportunidad de apreciar esta singular película a las 7:00 de la noche en la Casa de Culturama,  ubicada en la Avenida 6ta. Este, la Calle del Fresco en el Casco Antiguo de David. Donación B/.1.50.  Informes en el 730-4010.

sábado, 13 de agosto de 2011

RETRATO DE SAO SEBASTIAO...

Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama.


Me quedan pocas horas en Brasil y el buen tiempo de los últimos días me permite desplazarme desde Ilhabela hasta el puerto  de Såo  Sebastiåo.
Guiada por la buena señalización de la isla llego hasta el  embarcadero donde cientos de personas esperan a que parta la balsa que cruza, cada 30 minutos, el canal de San Sebastián para unir a las dos poblaciones paulistas.
En la inmensa estructura flotante solo los vehículos grandes pagan, los de a pie vamos gratis por cortesía del Estado de Sao Paulo.   
Desde el ferry me entretengo tomando fotografías del canal que se extiende por casi 30 kilómetros y adquiere anchuras variables (la menor es de 2 kilómetros) y también de las hermosas montañas volcánicas de Ilhabela. Antes no había podido captarlas en todo su esplendor por la permanencia de las nubes, pero ahora contemplo cómo las masas pétreas reflejan la luz solar, efecto que las hace parecer nevadas. 
Embarcaciones japonesas y danesas aguardan en  el Canal.  Aquí hay una terminal de petróleo de Transpetro, una subsidiaria de Petrobras, la poderosa compañía estatal administradora del oro negro brasileño.
Al descender del ferry camino menos de un kilómetro y me encuentro con el downtown de Såo Sebastiåo, es una ciudad famosa por sus playas; es un destino turístico popular, especialmente para la gente de Sao Paulo.  
Tiene un centro histórico muy simpático y numerosas tiendas de artesanías y variedades.  Aquí localicé una camiseta de Neymar. Vía email mi prima Liszeth  me lo mencionó por primera vez  y dice es el mejor jugador de Brasil.  Para complacer a un colaborador de Culturama que me encomendó  una camiseta de un equipo de este país me la llevo para Panamá y, a mi querida prima, le llevo una de Messi, su ídolo del Barça.

A eso de la una de la tarde, después de recorrer casi todo el poblado,  decido entrar a un  restaurante a almorzar la comida del día.  El menú era pesado, realmente pesado para mi gusto: arroz, papas fritas, ensalada de papas con mayonesa, remolacha, pescado blanco en salsa de mozarella, pan, lechuga, zanahoria y pepino….  Solo ver esa cantidad tan inesperada de alimentos se me cortó el apetito, solo me comí las remolachas y un pedacito de pescado…  Menos mal que podían darme la comida para  llevar, así que alguien a solo dos metros del restaurante quedó encantado con ese gustoso obsequio... No comprendo por qué los brasileños consumen tantos carbohidratos en una sola sentada, en eso se parecen a muchos panameños.
Seis horas después retorné a Ilhabella para continuar compartiendo otro tipo de transporte público. En esta ocasió un ecobus.   Gente de todas las edades entraba y salía del vehículo, pero lo que me llamó más la atención era que muchos conversaban y reían. Se notaban tan relajados, muy diferentes a los pasajeros de nuestros Diablos Rojos.  Una niña en el primer asiento tan pronto vio entrar a un señor con discapacidad se levantó  y le dio el asiento. Hay  letreros en las primeras bancas señalando que son prioridad para embarazadas, tercera edad  y discapacitados.  
Esa tarde se posó hermosa sobre Ilhabela.  Jesse, el amable caiçara que me traslada de un lugar a otro en su bote, me da una tarjeta con su dirección para que le remita por internet las fotos y los vídeos tomados.
En la noche, visito un acogedor restaurante japonés donde avanzo un poco más en el manejo de los palillos; degusto un salmón rosado con vegetales hervidos, esa era la opción ante el sushi, pescado crudo que nunca he podido saborear.
Con estos gratos y tranquilos momentos me fui despidiendo poco a poco de la isla, la capital de la vela y de la “vida boa”  en mi paso fugaz por el  Brasil….













 


 

miércoles, 10 de agosto de 2011

TRAS LA CACHOEIRA DO GATO...

Por: Milagros Sánchez Pinzón.  Semanario Culturama.


En Ilhabela, una isla paulista con el 85 por ciento de su territorio declarado Parque Natural Estatal,  se han contabilizado 365 cascadas; de ellas, la más representativa y hermosa –dicen los lugareños o caiçaras-  es la Cachoeira do Gato.  Allá quería llegar para ratificar esta versión.

Aunque el parte meteorológico señaló que el martes 9 de agosto de 2011 se presentarían chubascos,  normal porque en Brasil estamos en invierno, me anoté en una gira con la empresa turística Eco Way Passeois para atravesar la isla de oeste a este y descubrir la popular cachoeira, a orillas del caserío costero de Castellanos.  

Fuera de nuestro país recurro a estos sistemas tradicionales de excursión, mientras que, en la patria chica, echo mano en nuestras ecoaventuras de los más experimentados lugareños.   Partiríamos a las diez de la mañana para retornar a las cinco de la tarde.

El jeep llegó a recogerme a las 10:30 a.m., frente al Hotel Ilhabela.  Ya estaba un poco impaciente  debido a mi obsesión por la puntualidad.  Era que venían otros viajeros: la española María Espinosa Sánchez (una chica andaluza de 28 años quien  ha recorrido casi toda la América) y la pareja de brasileños recién casados Michelli y Jõao.  Luego nos alcanzaron en el camino el joven policía militar Daniel y su esposa Crystiane.  Este sexteto sería conducido por el simpático Mateus, un caiçara  ciento por ciento, pues nació en la isla al igual que sus progenitores.

Abandonamos rápidamente la costa occidental de Ilhabela donde reside casi toda la población y fuimos ascendiendo por las montañas tapizadas de verdes contrastantes.  Era la Mata Atlántica, una  de las formaciones vegetales con mayor biodiversidad en el mundo, o sea el bosque tropical más importante del planeta después de la Amazonía.   Los árboles inmensos, las lianas, las epífitas, las bromeliaceas… todo era impresionante y, sobre todo, tanta exuberancia a  pocos metros del mar.

El terreno lodoso exigía al mejor de los conductores y Mateus debió colocarle la máxima tracción al 4 x 4.   El nos iba explicando detalles curiosos del recorrido:  22 kilómetros de un extremo a otro de la isla; antiguamente en estos parajes se producía cachaza (la bebida alcohólica más popular del Brasil que sustentó la economía isleña por muchos años); llegaríamos hasta los 650 metros de altitud en el jeep.

Después de hora y media de travesía por la jungla arribamos a la  playa de Castellanos.  Antes que se descargaran unas nubes tormentosas que se aproximaban, emprendimos la caminata de 30 minutos hasta la Cachoeira do Gato. En el trayecto comparaba las condiciones  de este sitio –muy similar en términos fito y zoogeográficos- con el de las cascadas en Chiriquí.  Acá se levantan zarzos, puentecitos, escaleras de madera, señalizaciones… en mi tierra, no hay nada de eso.

La caída de agua, esplendorosa, discurría desde casi 70 metros sobre un macizo rocoso de apariencia volcánica.   Los cinco compañeros de viaje decidieron darse un chapuzón, pese a que la temperatura podía rondar los 10 grados centígrados.  Mientras,  yo me dedicaba a tomar fotografías de la floresta circundante y de bloques pétreos que originaban otro salto líquido. Mi faringe quedó afectada desde el bautismo en las aguas del Iguazú.


Frente a la cabellera de agua más famosa de Ilhabela, por la cual los turistas nacionales y extranjeros pagan 70 reales (45 dólares) para llegar hasta ella, recordaba a las cachoeiras chiricanas: Cabellos de Ángel, Chorcha, el Salto del Tigre, Bregué, el Brinco del Conejo, los Cuatro Saltos del Estí, los Gemelos de Londres, Chorro Blanco…   Todos ellas  podrían competir en belleza con este salto brasileño, pero no pueden porque allá nos falta decisión y creatividad para convertir nuestras potencialidades naturales en objetivos turísticos y en bienestar económico.

Otro grupo de turistas llegó a la cachoeira mientras estábamos ahí


Mi pesadumbre desapareció cuando volví a la playa de Castellanos  y el gentil caiçara del Quiosco Alemao me preparó un zumo de manga (mango) con kiwi en su licuadora manual;  me sirvió una comida casera: arroz, feijao (frijoles), ensalada de zanahoria, lechuga, remolacha, y tomate,  más un filete de pescado blanco apanado.  Lo devoré todo, incluso le goloseé los frijoles a María quien no los soporta.   Ese plato me costó 25 reales, algo así como 16 dólares. 

 Con Crystiane, una paulista de vacaciones con su esposo Daniel

De regreso en el jeep,  casi todos  estábamos ateridos por el frío pero conversábamos sobre nuestras diferencias y similitudes culturales.  El ambiente era relajado; en mi caso, nostalgia me daba  pensar que nunca volvería a verlos.



La última foto tomada por Mateus frente al estrecho de San Sebastián preservaría para siempre el recuerdo del pequeño grupo multicultural que compartió momentos especiales entre la Mata Atlántica y la recóndita Cachoeira do Gato en la isla bella del Brasil.

María (de España) y los brasileños Jõao, Micheli, Crystiane y Daniel.
Foto tomada por Mateus

Con estos celajes cayó la tarde en Ilhabela después del paseo por Do Gato







 



lunes, 8 de agosto de 2011

ILHABELA, BUEN GUSTO Y NATURALEZA…

Por: Milagros Sánchez Pinzón.  Semanario Culturama


Con mi inseparable sombrero gaucho adquirido en Buenos Aires,  me enfundo unas zapatillas y emprendo mi primera caminata por Ilhabela, una pequeña isla de 348 kilómetros cuadrados  ubicada a poco más de 3 kilómetros del litoral norte del estado de Sao Paulo, Brasil.
Ilhabela está poblada por unas 24 mil personas dedicadas fundamentalmente a las actividades turísticas.  El grueso de los habitantes se asienta en la zona occidental de la isla,  pues el resto de la superficie está cubierto por bosques en los cuales se  originan 400 cursos de aguas que dan vida a 365 cascadas. Es un Parque Natural.
El paisaje de la isla es considerado uno de los más agrestes de las costas brasileñas. A pocos metros de la playa  se levantan imponentes montañas que dejan ver sus aristas rocosas.
Con una agradable temperatura de 26 grados centígrados, avanzo unos pocos metros por la peatonal que bordea la costa y me encuentro con Edson Mamone, un marinero de 44 años quien gentilmente me sirve de guía improvisado, luego  de pedirle  me tome una fotografía en un hermoso paraje.
Como el portugués es muy parecido al español, le comprendo bastante: a los nativos se les llama caiçara, él es uno de ellos; muchas de las quebradas que cruzamos son cascadas procedentes de las montañas;  una sobrina puede ayudarme si quiero alcanzar algunos de estos saltos; estamos en temporada baja en términos turísticos y por eso hay poca gente circulando, en otras fechas miles de personas transitan esos lares; que me aparte, no debo andar por la ciclovía...
El paciente Edson se despide después de una hora y media de camino.  Sigo tranquila por las calles adoquinadas y empedradas  con mi cámara en la mano, es el primer lugar de mi viaje sureño donde alguien no me dice: guárdela,  es peligroso. 
Aquí la gente es tan amigable que contagian hasta los perros: un cachorro de la rua (un perro callejero), se une a mi periplo y conmigo se queda casi hasta el final de la jornada de tres horas.  Incluso me sirve de modelo para algunas de las fotos.
A eso de la una de la tarde llego al Centro Histórico de Ilhabela y entro a un restaurante cuyo menú externo me llama la atención. Se trata del Cheiro Verde.  Ordeno filé de pescada e alcaparras e champignon, arroz, feijao (frijoles) e fritas (papas fritas),   más un zumo de naranjas.  Todo por 17.70 reales, unos 11 dólares.  Está delicioso. A los chicos que atienden les pregunto si han oído hablar de Panamá. Son seis, algunos nacidos en Minas Gerais, otros en Bahía, otros son caiçara, pero ninguno sabe de qué les hablo. 
Durante mi marcha he  captando decenas de imágenes. Mis amigas Itzel y Yamel estarían encantadas en este hermoso lugar. Las residencias, los restaurantes, las posadas y todos los negocios están pintados con un gusto exquisito, como ese que deseamos imprimir en nuestro Casco Viejo de David.  Los jardines son un complemento armonioso; toques artísticos  se respiran por todos lados: las iglesias, los parques, las oficinas públicas.
¿Por qué no dejamos, como los caiçaras, que nuestro pueblos y ciudades sean tomados por los artistas? Estoy casi segura que ellos le imprimirían  buen gusto,  calidez y una mejor calidad de vida, tal como lo han hecho en este escondido paraíso tropical del Brasil...
En Ilhabela tratan de adaptar las construcciones a la naturaleza.  El árbol primero que la calle