Por: Milagros Sánchez Pinzón (mspinzon@gmail.com) ombysa
En el occidente de Saint Lucia se
levanta Soufriere, el primer pueblo francés fundado en la isla en 1736. Fue capital insular antes que Castries y en sus costas se libraron
importantes batallas navales que sellaron el destino de la gente europea y
africana fusionadas para dar origen al actual hombre santalucieño.
Hemos viajado más de una hora en
un microbús, desde Castries, para
toparnos con Soufriere. Bordeamos el litoral por una sinuosa carretera,
ascendiendo y bajando montañas impresionantemente verdes. Nos seguimos asombrando de la
exuberante vegetación de la isla y cómo se yerguen las viviendas entre el
enmarañado bosque neotropical.
El experimentado conductor, a una
velocidad que impresiona por las cientos de curvas de la vía (que en cuestión de minutos pasa de 0 a
500 metros sobre el nivel del mar) no tiene piedad de nosotros y son pocas las fotografías que atrapamos de esos extraordinarios
parajes.
Raudos, atravesamos pintorescos
pueblos, las bahías de Anse de la Raye y
Canaries, precipicios enormes y geoformaciones volcánicas majestuosas,
pero las que nos reciben, como centinelas del pueblo de Soufriere, son las dos
montañas más pretenciosas: Los Pitones.
Los Pitones son dos edificios
volcánicos anguladísimos. El Gros Piton se alza hasta lo 768 metros y el Petit
Piton a 750 metros. La belleza de
los mismos los ha convertido en símbolos naturales de la isla, y por ello aparecen como los triángulos
centrales de la bandera nacional.
Estas montañas fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en
2004.
En Soufriere se encuentra otro
sitio interesante: Diamond Botanical Gardens, Minerals Baths and
Waterfalls. Se trata de una
propiedad obsequiada a los hermanos Devaux por el rey Luis XIV de Francia, a principios del siglo
XVIII, escenario por donde Josefina,
emperatriz de Francia y esposa de Napoleón Bonaparte, se recreó en su infancia para disfrutar de las
propiedades minerales de las aguas que corren por el sitio desde las laderas
volcánicas.
El Jardín Botánico con sus
piscinas de aguas termales se complementa con el discurrir de la Cascada
Diamante, cuya peculiaridad reside en la coloración achocolatada de la roca por
donde fluye el líquido blanquecino,
cargado de azufre, hierro y otros componentes recomendados para aliviar
distintas enfermedades.
Descubrimos que Diamond Waterfall
no supera los doce metros de alto, aunque aparece registrado en decenas de fuentes cibernéticas como un salto de 300 metros.
Esto nos confirma que no se
puede creer todo lo que aparece en la web.
Luego de pasar varias horas
apreciando helechos, heliconias, crotos,
epífitas y otras numerosas especies vegetales del Jardín Botánico,
degustamos por primera vez, en un modesto restaurante a orillas de la
Bahía, un plato consumido mucho en el Caribe:
el Roti (una tortilla de harina que envuelve pollo guisado y papas). Afuera,
un catamarán cargado de turistas, en su mayoría anglosajones, se
despedía del tranquilo caserío y
unos chicos lugareños jugaban en
el litoral.
Una mirada final a la
arquitectura del lugar nos permite ver en muchos rincones las huellas palpables de la Francia decimonona. Nos alejamos de ese sitio reafirmando nuestra admiración por esta humilde gente, cómo han logrado preservar sus bosques y con ello sacarle provecho al turismo verde...
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