Por Milagros Sánchez Pinzón (mspinzon@gmail.com) ombysa
Saint Lucia fue descubierta por Cristóbal Colón en
su cuarto y último viaje, el día que los
católicos celebran a la santa de ese nombre, pero fueron los franceses quienes
se encargaron de colonizarla y, más tarde, los ingleses, de determinar la
historia reciente de la isla.
Arribé a este territorio insular
de 616 kilómetros cuadrados en vuelo
nocturno de la aerolínea LIAT. Se
trataba de un pequeña y antiquísima aeronave que resonó durante la hora y 15
minutos que duró el viaje de Sint Maarten al aeropuerto G.F. Charles,
en Castries, capital de Saint Lucia.
EL CATAYA
A unos 15 minutos al norte de la
terminal aérea está el Cataya, atracado en la Rodney Bay Marina. Sus “heridas”
son mínimas, después del impacto que sufrió contra otra embarcación en el Mar
Caribe, mas lo suficiente para destruir una pieza que le impide usar las
velas. Vital componente que el capitán
Livingston traerá desde Francia, donde construyeron este magnífico modelo Amel.
Es en los siguientes días cuando puedo apreciar algunas características de esta isla caribeña de Sotavento, que tiene a Venezuela a unos 330 kilómetros al sur. Lo primero que impacta es la abundante cubierta vegetal que conserva. Aunque aquí la gente se dedica a la explotación del banano y de la caña, resaltan los modernos edificios y las llamativas residencias empotradas entre las boscosas montañas.
Rodney Bay concentra el turismo en esta parte norte. Cientos de naves con banderas de diversas nacionalidades anclan en esta protegida bahía. Los centros comerciales de la zona son en su mayoría Duty Free; existen numerosos bancos y restaurantes; la limpieza de las calles es notoria y no se observan mendigos.
Como es la primera vez que me
encuentro en un territorio bajo la
tutela de la Gran Bretaña, me resulta difícil adaptarme a la costumbre de
que la circulación de los automóviles es por la izquierda y que el timón de los
vehículos está a la derecha. Esto me
lleva investigar que el 34% del mundo
conduce así.
Merodeando por Rodney Bay Marina
me encuentro con la lugareña Mary y su esposo
William Charles. El, subido a un árbol de mango, los atrapa con una especie de canasta y se
los pasa a ella, quien los obsequia a
todo aquel que desee. He desayunado esta
suculenta fruta casi todos los días.
Una noche, disfruto de piezas de jazz ejecutadas por un dúo de bajo y piano desde la piscina del Ocean Club y observo a los cientos de personas de distintas partes del planeta que disfrutan en diferentes locales de la brisa marina y el relajante sonido de las aguas. Y me preguntó ¿por qué no existen lugares como estos en mi lejana Bahía de Charco Azul, si allá también los parajes son hermosos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario