Por: Milagros Sánchez Pinzón. Culturama. mspinzon@gmail.com
Mi amigo Manuel Martínez, capitán
de Los Linces en Chiriquí, conocedor de mi pasión por las ecoaventuras, me
obsequió unas botas diseñadas por él mismo: las Zpartanas, que ofrece en su negocio
(Zpartano) ubicado en la Calle del Tamarindo, entre la Calle de las Hermanas y
el Callejón de Salvadorcito, muy cerca de la Medalla Milagrosa en el Casco
Antiguo de David.
Tenía meses de no respirar el
aire puro de las montañas y de arrobarme con el mágico sonido de las caídas de
agua, así que ya era hora de estrenar mis nuevas botas exploradoras. Después de convidar a varios amigos,
solo tres de mis alumnos aceptaron
el reto: Indiana Johnson, Reydell Quintero y Fátima Aguirre.
Como siempre, la jornada inició a
tempranas horas del domingo 1 de
julio de 2012. Culturama fue el
punto de encuentro con el busito federalista que, en esta ocasión, nos llevaría
lo más cerca del río Chorchita a donde iríamos tras los saltos de agua.
Tomamos la Interamericana y
doblamos en Veladero de Chiriquí hacia Rincón. Pasamos Mata Rica, Galerita y, finalmente, descendimos del
vehículo en el cruce de Los Ángeles-Chorchita (a 24 kilómetros de David). El camino lodoso no permitiría al
microbus avanzar más. Ya habíamos recogido al lugareño Deivis Estribí, quien nos serviría de
guía, armado como nosotros de sus botas y un buen machete para abrir trocha donde
fuera necesario.
“Volamos canilla”, decía Deivis en su lenguaje popular. Es decir, caminamos rápido para ser gente urbana y así lo reafirmó Manuel Justavino, quien se sumó al grupo expedicionario. Fue una acertada decisión invitarlo, Manuel se convirtió en un guía excelente y cordial, conocía todos los rincones de esos parajes.
“Volamos canilla”, decía Deivis en su lenguaje popular. Es decir, caminamos rápido para ser gente urbana y así lo reafirmó Manuel Justavino, quien se sumó al grupo expedicionario. Fue una acertada decisión invitarlo, Manuel se convirtió en un guía excelente y cordial, conocía todos los rincones de esos parajes.
Después de caminar 7 kilómetros
llegamos a la Escalera de Los Ángeles, como bautizamos a la primera de las
caídas de agua (luego nos dirían que le llamaban Benedicta). La impresionante “cabellera líquida”
alcanza de 10 a 12 metros y es muy angulada, discurre por un manto de helechos
que provoca un desplazamiento más lento de la corriente. Solo nos tomamos unas fotos y en su ribera izquierda
decidimos merendar. Unos emparedados y jugo eran suficiente, nos esperaban
otros saltos aguas abajo y debíamos ganar tiempo.
Avanzamos por el cauce hasta alcanzar
un puente. Aquí Manuel decidió tomar otra ruta para descender al río
Chorchita. Llevábamos cuatro horas
caminando entre subidas y bajadas de los cerros, potreros y bosques de
galería, pero el esfuerzo valdría la
pena.
Al toparnos nuevamente con el
riachuelo, grata sorpresa nos inundó a todos: un inmenso árbol de mayo irrumpía en el arroyo y se erguía entre
enormes bloques rocosos, era el
compañero silencioso de otro salto de agua. Urgimos a Manuel a que le diera nombre y así quedó: el Salto
Mayo, de pocos metros de altura
pero de una singular belleza.
Proseguimos río arriba para
toparnos entonces con el Chorro del Guarumo (un cecropia imponente adornaba el
sitio); tenía unos diez metros quizás de alto y en su margen izquierda
descendía finamente otra “serpiente de agua”, por cuyo lecho rocoso escalamos
para alcanzar la más alta y
espectacular de las cascadas del Chorchita: el Salto de los Caballeros.
En la cúspide del Chorro del
Guarumo captamos un arco iris que se posaba sobre los verdes contrastes de la
floresta. Este exuberante bosque
es el que permite la existencia de estos asombrosos elementos del paisaje.
Frente al Salto de los Caballeros
(con sus 25 metros aproximado de alto) varios de los exploradores lanzamos
gritos de alegría; pocos mortales han
tenido la oportunidad de disfrutar semejante espectáculo de la naturaleza.
Un viento fuerte y frío se
encajonaba en este punto. Pese a
ello, Indiana y yo decidimos
recibir la finísima lluvia que se desprendía de la cascada. Las rocas enquistadas en el cauce eran portentosas.
Sudados, enlodados y un poco
cansados volvimos a la superficie desde el Chorchita, entre una vegetación
enmarañada y una pendiente de 45 grados.
Seis horas y media nos “perdimos”
entre esos estupendos parajes, pero ninguno se lamentó de ello, al contrario,
Manuel espera que pronto regresemos y nos tendrá un delicioso sancocho de
gallina de patio. El, como casi todos los hombres y mujeres de nuestros campos,
se sienten más felices en sus tierras y se convierten en obsequiosos
anfitriones cuando se comparte con ellos las bellezas naturales que les
circundan.
Creo que las Zpartanas, las
botas, no las exploradoras -aunque también podrían denominarnos así- pasaron su primera prueba extrema…
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