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sábado, 26 de mayo de 2012

SER CHIRICANO, por Alberto Osorio Osorio


PALABRAS PRONUNCIADAS EN EL ACTO DE PRESENTACION DE LA OBRA “SER CHIRICANO” POR EL DR. ALBERTO OSORIO OSORIO.  UNACHI, 25 de mayo de 2012.
El compilador y editor de la obra “Ser chiricano” que hoy es lanzada para consideración de los lectores, el entrañable amigo desde la infancia y distinguido economista, asesor empresarial y catedrático universitario, profesor José Chen Barría, lo mismo que el comité encargado de esta presentación me han honrado con la responsabilidad de pergeñar algunos conceptos acerca del tema y problema del ser chiricano.
Obra multivaria es cierto, un nuevo asomo a la entidad en la cual nos vemos y somos para emular la frase paulina.
Tema porque hace 163 años esta región se erigía en provincia de la Nueva Granada. Obedecía la decisión tomada en Bogotá a las reformas territoriales y administrativas de un gobierno liberal –y con esta palabra expreso mucho- al promediar el siglo XIX.
Sin embargo, la denominación “Chiriquí” o “chiricano” halla sus antecedentes en épocas muy anteriores que se remontan a la colonia hispánica y a la prehistoria aborigen.
Los conquistadores invasores no hacen más que transcribir fonéticamente la toponimia original tal cual sonaba a sus oídos nada habituados a las lenguas nativas.
¡Chiriquí, sonoro y dulce nombre inmemorial!
Tan arraigado estaba en la memoria colectiva que los habitantes reclamaron la devolución cuando en el altiplano andino surgió la peregrina iniciativa de llamarnos provincia de Fábrega.
A simple percepción, el sentimiento de “lo chiricano” parece una entelequia, un vocablo flotante y sin asidero real, un chauvinismo local.
Con vuestra venia pretenderé demostrar exactamente lo opuesto.
Un sentimiento es de sí por una actitud de valoración, un pathos subjetivo, personal e íntimo.  Dichas características implican, pues la individualidad relativa, jamás absoluta.
El sentimiento no pertenece al ámbito racional que conlleva la universalidad objetivada.  Platón expresó que solo hay gnosis de lo universal.  Descartes añadió 20 siglos después que la razón es la cosa mejor distribuida del mundo.  Pascal hace antítesis con su célebre sentencia: “El corazón tiene sus razones que la razón no comprende”
Ahora bien, ser o hacerse chiricano se desdobla en un saber de pertenencia a una tierra singular. Especial, irrepetible en la reclinada geografía global de la patria.
Las progenies que aquí se han sucedido y su multivaria diversidad humana se sienten, dentro y fuera de los límites provinciales, propietarios e hijos de un terreño con atributos ínsitos y palpables:
a.       Feracidad asombrosa,
b.      Sistemas pluvial y fluvial  copiosos,
c.       Paisaje estético de deleite
d.      Proliferación de fauna y flora de incontables especies.
Ya nos lo advertía el estudio geo-morfológico de Morritz Wagner.  El maestro alemán afirma sin ampulosidades literarias.
“Fertilidad paradisíaca y la fisonomía de parque”
Y añade:
“Chiriquí es… uno de los países más ricos en agua de toda la tierra”.
Breve, el sentir de la chiricanidad, llamémoslo así, proviene de un anclaje concreto, real, innegable, ecología gloriosa es su tangible prueba, la tierra que se levanta desde la playa al páramo, de las suaves colinas y sabanas al monte cordillerano de fuego.
Ser chiricano no estriba en un valor abstruso, en un orgullo sin fundamento.
A lo largo de centurias, cuantos arribaron de distantes latitudes hicieron de Chiriquí su nueva raíz y hogar para sus vástagos.
Un mandato bíblico permite el uso de la tierra y sus pródigos recursos a fin de que la vida se desarrolle.
Señor de la creación, el chiricano es el señor indiscutible de su Chiriquí.
Los recientes graves conflictos por la tierra y las aguas nos advierten que utilizarlos nunca equivale a degradarlos y menos destruirlos. Violentar la naturaleza exigirá un proceso de restauración –si sucede- de muchas décadas mientras el hombre se ve privado de las bondades que brinda y que son vitales.
Somos administradores temporales que hemos de transmitir a las generaciones nuevas un tesoro intacto y acrecentado con armonía y equilibrio.
María Olimpia escribió su himno que es lección: “Bendigamos la madre que encierra, en su seno gigante la vida”
Somos hijos de un segmento del Istmo, sí, sin estreches regionalistas y con visión y visual de porvenir.
Somos por los de ayer, los próximos chiricanos serán solo en virtud de nuestro ser y hacer.
                El libro del Eclesiastés es explícito cuando enseña, milenios ha:
“Una generación va, otra viene, pero la tierra permanece para siempre”
Ser chiricano es un sentir específico y, al unísono, reclama una actitud de respeto al cuadro natural que no hicimos y al orden social, económico y cultural en constante cambio que es privativa producción nuestra.
Según he intentado demostrar, ser chiricano es un privilegio y un reto. Lo primero por el microcosmos que nos engendró; lo segundo porque la respuesta que demos a los desafíos del presente depende de nosotros, única y absolutamente de nosotros.
En idioma filosófico, ser es sustancia, continuidad, rasgo que define.
Ser chiricano exige, aunque parezca paradójico, continuidad y cambio con sostenibilidad de recursos y bella naturaleza renovable.
En el lenguaje de la historia los tres  tiempos del tiempo son el recuerdo del pretérito, la acción actual y la esperanza del futuro.
Justamente, en la conjunción del sentimiento regionalista con la realidad natural y antropológica se plasma nuestro mayor timbre de inmodesta altivez. SER CHIRICANO.   

LA OBRA SER CHIRICANO ESTA DE VENTA EXCLUSIVA EN EL SEMANARIO EDUCATIVO CULTURAMA, EN AVENIDA 6TA. ESTE, LA CALLE DEL FRESCO EN EL CASCO ANTIGUO DE DAVID. 

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