Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama. mspinzon@gmail.com
Menos del tiempo que toma viajar en automóvil de David a Santiago fue el que necesité para trasladarme del Aeropuerto de Tocumen, en Panamá, hasta el Aeropuerto Princesa Juliana, en Sint Maarten, localizado en una de las islas de las Antillas Holandesas (al oriente de Puerto Rico) en el Mar Caribe.
No comprendí durante el viaje por qué los pasajeros al lado de las ventanas prefieren contemplar la televisión de la aeronave que deleitarse desde las alturas con los colores y las formas de los paisajes naturales kilómetros abajo. No hay nada tan arrobador como las nubes multiformes, los cordones litorales, las montañas nevadas (mi lente captó a lo lejos la cúspide de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia) y los ríos serpenteantes.
El territorio insular al que arribé el martes 6 de marzo de 2012, ocupa menos de 100 kilómetros cuadrados y está dividido en dos administraciones diferentes: Saint Martin (el norte francés) y Sint Maarten (el sur holandés). En esta zona meridional descendió mi vuelo 134 de Copa Air, y pude comprobar lo que circula por internet, que se trata de uno de los aeropuertos con la pista más corta del planeta y por ello se convierte en el cuarto más peligroso del mundo. La aeronave sobrevuela a pocos metros de la cabeza de los bañistas que se encuentran en la playa y, en algunas ocasiones, las turbinas de los “pájaros de aluminio/fibra” ha lanzado por los aires a los transeúntes. (http://photography.nationalgeographic.com/photography/photo-of-the-day/maho-beach-st-maarten/)
Ahora me encuentro en Simpson Bay. Sus verdes aguas me impresionan y, a la vez, me enfrentan nuevamente a los malestares aquellos que experimenté hace menos de un mes, cuando partí de la Bahía de todos los Santos, en Brasil, hacia Barbados, en un periplo que no pude completar. Lastimosamente, dos días antes de llegar, en este mismo sitio culminó la versión 32 de la famosísima Regata Heineken que convoca a más de 200 veleros de más de treinta países.
Para ir en bote de la Bahía de Simpson a tierra firme, debo cruzar el Simpson Bay Bridge, un puente que se levanta a ciertas horas y permite el acceso de las grandes embarcaciones a una inmensa laguna (Simpson Bay Lagoon) donde existen siete marinas para atender las necesidades de catamaranes, veleros y yates, algunos tan lujosos que superan los 50 millones de dólares; como el velero Parsifal III, fabricado por el prestigioso astillero italiano Perini, pero de bandera inglesa. No exagero al decir que deben estar anclados en esta laguna más de mil navíos.
Sint Maarten está habitado por unas 40 mil personas y es una zona absolutamente turística. En esta época del año, los fuertes vientos la azotan y las lluvias caen a tempranas horas de la mañana o de manera intermitente durante todo el día.
En la primera caminata que realizo por las orillas de Simpson Bay Lagoon, casi no encuentro lugareños. Manuel Charles, un dominicano muy cortés con veintiséis años en la isla, me orienta para encontrar el sitio que busco. Cristela Delgado, una joven y sonriente argentina me sirve un jugo de naranja. Tiene cinco años trabajando aquí. Diego, un niño alemán borra el tablero con el menú del restaurante donde Chema, un español de Bilbao, prepara una paella para las decenas de comensales extranjeros, casi todos europeos. Y así, voy preguntando y gente de diversas nacionalidades han llegado a Sint Maarten a trabajar. Aquí se maneja el dólar, aunque la moneda oficial es el florín de las Antillas Holandesas y se habla, más que todo, el inglés.
Y ahora se preguntarán que hago otra vez en el mar, si hace poco expresé que le dejaba este tipo de aventuras solo a los marineros. Pues verán, ahora el velero Cataya tiene proyectado un itinerario de navegación que no superará las 100 millas diarias, y obligaré a mi organismo a resistir. Además, adquirí un inhalador aromático que contiene aceites de pepermint, jengibre y lavanda que me asegura borrará todos mis malestares. Si esto es así, podré alcanzar las bellezas naturales de Saba, Anguila, Saint Bartholome y quizás otras paradisíacas islas del Caribe, el Mediterráneo Americano...
Fotos: Milagros Sánchez Pinzón.
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