Mi fascinación por las montañas permanece, aun cuando he logrado en los últimos meses un contacto más estrecho con el mar. Por eso, Saba Island me atrapó con sus paisajes escarpados desde el primer momento que la ví.
Sus caprichosas formaciones volcánicas resultan impresionantes y las autoridades, conociendo este potencial ecoturístico, han demarcado perfectamente una decena de senderos para recorrer esos parajes por todos los puntos cardinales de la Isla.
Mi objetivo, en el segundo de los tres días que permanecí en las costas de Saba, era alcanzar el punto más alto de la isla: el Monte Scenaery, de 877 metros de altitud.
Encontrar en Fort Bay un transporte para llegar hasta Windwarside, caserío donde está la entrada del sendero, no resultó fácil, pero la colombiana Célide Rodríguez, quien mantiene con su esposo Alfonso un restaurante a orillas de ese muelle, se ofreció gentilmente a llevarme. Eran unos 15 minutos nada más, pero la carretera es tan sinuosa y bordea tantos precipicios que resulta peligrosa.
Ya en Windwarside recordé que el mapa adquirido en las oficinas del Parque Marino se había quedado en el velero, mas este pequeño problema se solucionó a los pocos minutos: Glenn Holm, de la Oficina de Turismo de la Isla a quien conocí el día anterior, estaba en el Club de Leones en una fiesta que ofrecían a las personas de la tercera edad y al verle y comentarle mi carencia del mapa, abrió la oficina –en sábado, un día libre- para regalarme la necesaria herramienta cartográfica. Igual que nuestros funcionarios públicos, pensé.
Confiada en lo que me decían sobre la seguridad de la isla inicié a las once de la mañana, completamente sola, mi recorrido por los senderos de Saba. A los pocos minutos estaba en el Markehorn (de 540 metros). Y una hora después en la cima del monte que besa las nubes.
En los senderos, estratégicamente empedrados, encontré varias cabras monteses (dicen que los dueños las reconocen por los colores) y gallinas casi silvestres. Los filodendros, las heliconias, las bromelicacesas, los cecropias o guarumos, las palmeras, los mangos y las guayabas dominaban la biogeografía.
Tres horas dediqué al disfrute de la naturaleza por los bosques y las montañas de Saba, tres horas en las cuales, como siempre, medité en que nuestra tierra istmeña contiene bellezas similares pero que, ante nuestra inmovilidad creativa no logramos encauzarlas por los mismos caminos que los sabeños y otras gentes…
Diamond Rock, masa rocosa blanquecina se yergue sobre el mar.
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