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viernes, 9 de marzo de 2012

PHILLISBURGH, EL CORAZON DE SINT MAARTEN..


Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama. mspinzon@gmail.com

En un microbús que costó un dólar con cincuenta centavos,  viajamos de la Bahía de Simpson a Phillisburgh, la capital de Sint Maarten,  zona sur de una isla caribeña que hasta el 10 de octubre de 2010 era parte de las Antillas Holandesas y actualmente goza del estatus de país  autónomo dentro del Reino de los Países Bajos.
En esos quince minutos de recorrido pudimos contemplar desde una montaña de 300 metros sobre el nivel del mar la celestes aguas que bordean este territorio insular y los miles de navíos emplazados en Simpson Bay Lagoon, uno de ellos es el velero en el que navegamos,  el Cataya.



El colectivo nos dejó en el centro de la ciudad, cerca de la  Casa de Gobierno, el Parlamento,  la Policía y el mercado de artesanías, aquí pudimos adquirir algunos sencillos souvenirs  pues, comparado con Brasil,  este lugar resulta  más barato. 

  

Caminamos  unos metros más  y nos encontramos con el peculiar edificio de la CourtHouse, que data de 1763 y, un poco más adelante, con la Gran Bahía y  su hermosa playa de arenas blancas, en cuya costa miles de personas disfrutan de restaurantes, almacenes,  bares y un sin sinnúmero de atracciones propias de estos espacios turísticos.   Un inmenso crucero estaba anclado.  Se estima que diez de ellos llegan a Sint Maarten diariamente.


Nos llamó poderosamente la atención la abundancia de tiendas dedicadas a la venta de diamantes y otras joyas finísimas. Resulta que Phillisburgh es  un duty free,  una zona libre donde la gente puede comprar de todo  sin pagar impuestos, por eso es que pululan por las calles estadounidenses y europeos cargados de mercancías, mientras que los lugareños y otros ciudadanos de islas cercanas, como Dominica, República Dominicana y  Haití, venden de manera ambulante, sombreros, gorras, bolsas, pulseras, aretes y otros productos playeros.






La visita por Phillisburgh fue rápida. El Cataya está presentando problemas con una de sus tres velas y el capitán Livingston tiene que dedicar tiempo a ascender, ayudado por Chuck, hasta el más alto de los mástiles (20 metros de alto) para revisar su mecanismo.  El navío estaba quedándose sin agua (tiene una capacidad para 900 litros) y requería también combustible, por lo que nos trasladamos hasta una estación de gasolina  dentro de la Simpson Bay Lagoon.
Mientras atrapamos todos estos movimientos con la cámara (una que si resiste el agua)  se advierte cómo las mujeres  se están  haciendo más presentes en este ambiente que pareciera dominado por los hombres.  Muchas manejan solas los motores  y atraviesan velozmente la gran Laguna. No las distraen ni los aviones que, a pocos metros, vuelan sobre nuestras cabezas tras despegar del cercano Aeropuerto Princesa Juliana.


Veremos que nos traen los vientos del Caribe en los próximos días.  Si el problema de la más  poderosa vela del Cataya no se soluciona tendremos que llegar en ferry a la paradisíaca Saba Island.  Mas no importa si seguimos identificando extrañas banderas de los navíos vecinos y disfrutando de los espectaculares atardeceres desde Simpson Bay Lagoon…


 

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