Por: Milagros Sánchez Pinzón. Semanario Culturama. mspinzon@gmail.com
En un microbús que costó un dólar con cincuenta centavos, viajamos de la Bahía de Simpson a Phillisburgh, la capital de Sint Maarten, zona sur de una isla caribeña que hasta el 10 de octubre de 2010 era parte de las Antillas Holandesas y actualmente goza del estatus de país autónomo dentro del Reino de los Países Bajos.
En esos quince minutos de recorrido pudimos contemplar desde una montaña de 300 metros sobre el nivel del mar la celestes aguas que bordean este territorio insular y los miles de navíos emplazados en Simpson Bay Lagoon, uno de ellos es el velero en el que navegamos, el Cataya.
El colectivo nos dejó en el centro de la ciudad, cerca de la Casa de Gobierno, el Parlamento, la Policía y el mercado de artesanías, aquí pudimos adquirir algunos sencillos souvenirs pues, comparado con Brasil, este lugar resulta más barato.
Caminamos unos metros más y nos encontramos con el peculiar edificio de la CourtHouse, que data de 1763 y, un poco más adelante, con la Gran Bahía y su hermosa playa de arenas blancas, en cuya costa miles de personas disfrutan de restaurantes, almacenes, bares y un sin sinnúmero de atracciones propias de estos espacios turísticos. Un inmenso crucero estaba anclado. Se estima que diez de ellos llegan a Sint Maarten diariamente.
Nos llamó poderosamente la atención la abundancia de tiendas dedicadas a la venta de diamantes y otras joyas finísimas. Resulta que Phillisburgh es un duty free, una zona libre donde la gente puede comprar de todo sin pagar impuestos, por eso es que pululan por las calles estadounidenses y europeos cargados de mercancías, mientras que los lugareños y otros ciudadanos de islas cercanas, como Dominica, República Dominicana y Haití, venden de manera ambulante, sombreros, gorras, bolsas, pulseras, aretes y otros productos playeros.
La visita por Phillisburgh fue rápida. El Cataya está presentando problemas con una de sus tres velas y el capitán Livingston tiene que dedicar tiempo a ascender, ayudado por Chuck, hasta el más alto de los mástiles (20 metros de alto) para revisar su mecanismo. El navío estaba quedándose sin agua (tiene una capacidad para 900 litros) y requería también combustible, por lo que nos trasladamos hasta una estación de gasolina dentro de la Simpson Bay Lagoon.
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