Por: Milagros Sánchez Pinzón (mspinzon@gmail.com)
El domingo 5 de septiembre de 2010 decidimos retomar nuestro proyecto aventurero, pero fascinante, de documentar la mayor cantidad de cascadas labradas en el territorio chiricano.
Rompimos la cuarentena de casi cinco meses con uno de los saltos más singulares entre el casi medio centenar de visitados: el Salto del Chayo, formado por la quebrada El Cabimo en el corregimiento de Nancito, distrito de Remedios.
Partimos de David por la Interamericana hacia el Oriente a tempranas horas porque la representante de Remedios, Ángela de Gálvez, quien se alistó en la gira, nos invitó a su casa a desayunar lechona con bollos de maíz, acompañados de una humeante taza de café.
De Remedios a Nancito tomamos una media hora, pues al ir ascendiendo hacia el poblado nos detuvimos para fotografiar algunos árboles de mango y marañón de los cuales pendían letreros con los nombres de quienes se hicieron responsables por cuidarlos. Esta iniciativa reforestadota brinda una particularidad a la entrada de este caserío.
En el Mirador de Nancito, a casi 200 metros sobre el nivel del mar, la panorámica es tan espectacular que uno no puede pasarla desapercibida. Se divisan las aguas del Pacífico y las islas más cercanas, los estuarios de los ríos Santa Lucía, Salado y Santiago, los cerros La Garita, La Gloria, Santa Catalina y La Palma. Deslumbrante ese sitio donde se besan la tierra y el mar.
Ya en el pueblo, encontramos a dos chicos que nos servirían de guías: Luis Miguel Villamonte y Daniel Morales, quienes se enfundaron unos zapatos apropiados y nos encaminaron por el sendero que nos conduciría al Chayo.
La travesía no fue larga. Después de sortear algunas reses que encontramos en los potreros y una media hora a paso lento, nos topamos con el curso de agua que da vida a la cascada antes de desembocar en el río Santiago.
La “cabellera de agua” no alcanza gran altura, unos 12 a 15 metros, pero su discurrir por unos bloques basálticos sujetos al fenómeno volcánico de disyunción columnar la hacen nada menos que “impresionante”. Frente a la cascada, a la izquierda, los bloques rocosos prismáticos se yerguen elegantes de forma perpendicular; mientras que a la derecha, aparecen fraccionados semejando una escalera.
Quien se enfrenta a esa caída de agua, enmarañada en un bosque de galería cuyas especies alcanzan hasta los 30 metros, no puede resistir la tentación de introducirse en el charco turquesa que se forma. Los seis expedicionarios caímos bajo su embrujo…
Fotos: Milagros Sánchez Pinzón y Olmedo Miró Rodríguez
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